Solsticio

Solsticio

.

La magia de esa noche era ponzoñosamente espectacular.

La Luna llena alumbraba el bosque, y la nieve brillaba con ella. Él la miraba con ojos entreabiertos, recostado sobre el lago de hielo, respirando la fresca y pura brisa que soplaba constante y plácidamente.
Su piel, congelada, pero su alma y mente, encendidas.

Estaba calmado, una paz que hacía días no sentía. Que tan solo aparecía en esas noches.

La frustración alimentada durante años se disolvía, junto con la confusión, con la duda de mil y un preguntas sin respuestas. Intrigas que siempre nacían en cada viaje, más cuando desesperadamente intentaba taparlas, y que desaparecían con una mente tranquila, concentrada. Con la Luna como consejera.

Deseaba que así fueran todos los días y todas las noches de ese siglo y de los que vendrían.
Así de perfectos, imperturbables.

Ni una sola nube cubría el cielo, como él así lo había ordenado, y las estrellas resplandecían en el oscuro firmamento. Las copas de los árboles en torno al lago formaban un rústico marco alrededor de la belleza celestial. Aunque cada tronco se encontraba casi seco y pelado, aunque seguramente alguno no sobreviviría el crudo invierno.

Y Él estaba solo, aunque no se sentía así. La Luna, su única compañía.

No extrañaba a nadie, y no creía que alguien lo extrañara a él.
Lo odiaban, le temían, Él, el espíritu del Invierno, el culpable del frío, de muertes, de hambrunas, de enfermedades, de lágrimas.

Amaba ese silencio, sepulcral y natural, tanto como amaba la risa. Y odiaba los llantos.

Pero en ese momento no pensaba en nada. No podía, se negaba a hacerlo.
Le hubiera gustado poder congelar el tiempo mismo, la fecha, la hora, la noche. Para no vivir ni sufrir, tan solo recordar.

No iba a moverse. Su estación apenas comenzaba y necesitaba absorber energía, poder. Necesitaba la magia de esa noche.
Tan solo respiraba y sentía.

.

Esa noche no iba a haber tormenta.

.

.